domingo, 15 de junio de 2008

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Mi nombre es Ana García, ahora tengo 36 años, soy catalana, soltera, 1,70 de estatura, delgada, melena castaña, pechos pequeños pero muy firmes y unos preciosos ojos azules que ejercen un irresistible magnetismo en los hombres.
Parece que estaba predestinada a ser una mujer de fogosa y muy sexual, pues nací bajo el signo de escorpión y casualmente fui concebida el día de los enamorados, en una noche de pasión desenfrenada, durante la que, según supe mucho después, mis padres se entregaron a las más desenfrenadas prácticas amorosas. Es la primera vez que cuento mis experiencias sexuales, ya que siempre las he considerado algo íntimo, pero la verdad es que ahora me apetece y excita hacerlo.
Desde pequeña me he considerado muy liberal y he ejercido el sexo con total naturalidad, siendo para mí la fuente primera de placer y de experimentación de nuevas sensaciones excitantes y liberadoras. Nunca he temido los tabúes sociales, sino que los he considerado una prueba personal para superar los prejuicios que la sociedad ha marcado, entregándome a ellos con una mezcla de curiosidad y necesidad de experimentar, y llegando con ellos al clímax de la sensualidad. Mi despertar al sexo fue un tanto precoz, pues mi curiosidad natural me llevaba a experimentar nuevas experiencias ya en tiempos de la escuela. A los 12 años me encontraba muy desarrollada para mi edad, por lo que no me costaba salir con algunos chicos un par de años mayores que se mostraban encantados de mis ganas de aprenderlo todo. Invitaba a mis amigos a 'estudiar' a mi habitación, y me dejaba tocar por encima de la ropa, sintiendo una agradable sensación de íntima humedad cuando sus manos me magreaban torpemente los pechitos o se adentraban en mi entrepierna, provocándome intensos sofocos y acaloramientos. Me encantó descubrir sus pequeñas vergas, toquetearlas y disfrutar de su erección entre mis manos. Aprovechándose de mi ingenuidad e inexperiencia me sometían a todo tipo de prácticas para su propio placer, y aún recuerdo cuando un chico mayor me enseñó a chupársela. La verdad es que la primera vez lo encontré un poco raro, pero él me comentó que todas las chicas mayores lo hacían, y no quise ser menos. Hasta haberlo probado unas cuantas veces no conseguí que se corriera en mi boca, notando esa sensación caliente y salada que jamás olvidaría. En aquella ocasión, ante la sorpresa de ver brotar inesperadamente aquel líquido viscoso en mi cara, me aparté de repente y dejamos el suelo perdido. Desde aquel día, mi amigo no dejaba pasar una 'sesión de estudio' sin obligarme a tragar su semen, hasta la última gota para no ensuciar el suelo de la habitación. Y es que cuando aprendí a notar que se acercaba su orgasmo, tragaba profundamente su miembro haciendo que se corriera en el interior de mi boca sin dejar escapar nada. Los chicos contaban orgullos como se lo hacían a Anita, y pronto corrió la voz de lo divertido que era 'estudiar' conmigo. Encontraba de lo más natural jugar con ellos en mi habitación, y pronto aprendí que cada uno era diferente, y me hacía sentir nuevas experiencias. A algunos les encantaba tocarme por debajo de las bragas y notar la humedad de mi coñito, otros preferían manosearme las tetitas y pellizcarme los pezones rosaditos y erectos, mientras que la mayoría deseaban sólo que mi boca absorbiese su febril orgasmo mientras explotaban de placer con mi cabeza entre sus piernas. Mis amigas me acusaban de fácil, de guarra y de dejármelo hacer todo, pero en el fondo creo que sólo sentían envidia porque ellos me preferían a mí. Mientras ellos se corrían a su antojo, yo no pasaba de tremendas calenturas que me tenían en un permanente deseo y excitación, que sólo calmaba cuando estaba con ellos a solas, pero me volvía inmediatamente después. Fue en el siguiente curso cuando aprendí a tocarme hasta alcanzar el orgasmo. La primera vez que lo conseguí sentí como desde mi más íntimo ser se iba formando una marea que crecía y se intensificaba, intentando salir por cada uno de mis poros, hasta que explotó en mi interior y sólo noté un total desfallecimiento de placer. Me quedé sobre la cama, desnuda de cintura para abajo, con las piernas separadas, mi coñito mojado y mi vulva latiendo y temblando como un pececito indefenso. Desde aquel momento, me masturbaba varias veces al día, y cuando más placer experimentaba era cuando me lo hacía mientras chupaba una buena polla. No tardé en aprender a correrme coincidiendo con el orgasmo de mi compañero ocasional, quedándome entonces totalmente ida, notando la boca llena de líquido espeso y caliente, y sintiendo mi vulva palpitar salvajemente bajo mis dedos mojados. Por entonces era todavía técnicamente virgen. Nadie me había desflorado porque sentía un miedo atroz a ser penetrada, invadido mi ser por un miembro duro y erecto, que pensaba que nunca cabría en mi pequeño coñito. No había pasado de tocamientos y algún lametazo inexperto, que me excitaban pero no llegaban a encenderme como mis propias caricias. Algún chico había insistido en enseñarme a hacerlo, pero al final se había tenido que conformar con mi boquita. A veces me miraba desnuda en el espejo de la habitación de mis padres, y notaba como mi culito se iba redondeando y aparecía respingón y descarado, a la vez que mis pechos, sin ser grandes, tomaban una forma provocadora y puntiaguda, terminada por dos rosados pezoncitos que se hinchaban sólo de tocarme. En cambio, mi pubis seguía sin mostrar pelos y los labios de mi vulva se mostraban apretados como queriendo cerrar la abertura de mi entrepierna. Yo quería parecerme a las chicas de las revistas que alguna vez había hojeado con mis amigas, pero parecía que debía esperar eternamente para parecerme a ellas... A veces preguntaba a mis amigas del colegio si las habían desvirgado para saber qué habían sentido, si les había dolido, y todas esas cosas que tanto me asustaban. Pero ellas andaban en este aspecto muy retrasadas y eran
pocas las que ni siquiera habían tenido un pene entre sus manos. Ante tanto temor me prometí a mi misma esperar a cumplir los 14 para completar mi experiencia. Así es que al día siguiente de mi cumpleaños quedé para 'estudiar' con un chico de 16 que iba a mi clase tras haber repetido dos cursos. Había salido con él antes, y me llamó la atención su habilidad para acariciarme tiernamente, besarme con dulzura y tratarme como a una señorita, en comparación con los torpes magreos de mis compañeros más jóvenes, que me estrujaban literalmente las tetitas y me pellizcaban los pezones, hasta causarme dolor, y sólo se interesaban en que me tragara sus pollas hasta que se corrían follándome la boquita. Así que aproveché una tarde en que mi madre no estaba en casa para invitarle a estudiar y a algo más. Ya había estado antes en mi habitación y conocía perfectamente el sabor de su semen y el tacto duro de su verga, por lo que no se sorprendió de la invitación. Al llegar pusimos los libros abiertos sobre la mesa por si llegaba alguien de repente y teníamos que disimular, pero nos lanzamos sobre mi cama para empezar a besarnos, tocarnos y acariciarnos por encima de la ropa. Sus movimientos eran lentos y sus caricias dulces, recorriendo por encima de mi leve vestido todo mi cuerpo con delicadeza, de las nalgas a los pechos, pasando por mi vientre plano. Yo me moría de placer y deseaba que sus manos se aventuraran bajo la ropa, que sus dedos me libraran de las bragas, se empaparan con mi humedad y calmaran por fin los ardores de mi inexperto coñito. Pero en lugar de eso, como hacíamos habitualmente, me apartó con sus fuertes brazos, me hizo arrodillar en el suelo frente a la cama, se bajó la bragueta, extrajo su miembro aún flácido, y lo condujo hasta mi boca. Lo tomé entre mis deditos, lo besé con deseo y empecé a darle tiernos lametazos notando como crecía entre mis manos y se iba poniendo duro mientras su cara se contorsionaba de gusto. Hasta entonces creo que esto era lo que más me gustaba de mis juegos, el sentirme capaz de dar placer, de satisfacer el deseo de mis amantes hasta rendirles completamente en el orgasmo, haciéndome poseedora de su masculinidad. Seguí con mis masajes, metiendo la gruesa punta del pene en mi boquita, cerrando mis labios alrededor, con un mete-saca caliente y húmedo cada vez más rápido y profundo. Quería tragármela completamente para sentirla mía, pero era demasiado gruesa y larga para mi boquita y me atraganté un par de veces. De repente, me la saqué de la boca y noté en su cara una expresión de extrañeza, preguntándome por qué paraba. Fue entonces cuando por fin me atreví a decirle que esta vez quería que me penetrase de verdad. Su cara se sorprendió, pues nunca antes lo habíamos intentado, y me preguntó si estaba segura de querer hacerlo. La verdad es que pese a la excitación mi cuerpo temblaba de miedo, y sólo mi curiosidad superaba mi temor. Por lo tanto, de mi boca salió una afirmación entrecortada y le rogué que me lo hiciera. Él ya tenía experiencia, por lo que se puso en pie, me tomó entre sus brazos, me tendió en la cama mirando hacia el techo, subiéndome el vestido y retirando delicadamente mis braguitas mojadas, y me dejó con las piernas totalmente separadas y mi chochito enteramente ofrecido y abierto. Se quitó los pantalones y el resto de la ropa y se acercó a mi cuerpo indefenso, recorriéndolo con su vista hasta centrar su atención en mi rosada entrepierna, húmeda por mis jugos. Me levantó las piernas manteniéndolas separadas y se arrodilló frente a mi con su pene a escasos centímetros de la entrada. Me dijo que iba a dolerme un poco la primera vez, pero que luego sentiría un placer incomparable. Yo me sentía totalmente entregada, nerviosa pero excitadísima, y pensando que debía superar aquella prueba para completar mi formación sexual.
Así que tomó su saliva en sus dedos y humedeció la punta de su pene, y luego los llevó a mis labios para comprobar que estaban completamente mojados y ofrecidos a su virilidad. Puso su miembro a mi entrada y empezó a presionar lentamente, mientras yo pensaba que jamás entraría o que si lo hacía sería desgarrando mi interior. Siguió empujando lentamente, entrando milímetro a milímetro, aumentando a presión hasta que de repente sentí un fuerte dolor y noté como mi coñito albergaba casi toda su verga. En ese momento se detuvo y yo le rogué que continuara, pues pensé que de lo contrario nunca superaría este paso. Él me hizo caso y empezó un lento movimiento de mete-saca. Yo notaba cada embestida en mi coñito virgen, estrecho y acogedor, sorprendiéndome que hubiera podido acoger por completo aquel miembro gigante. Sentía como mi entrada se iba dilatando hasta adaptarme a él, haciendo que el dolor desapareciera e inmensas oleadas de un placer desconocido me invadiesen. Sentía una sensación parecida a la de masturbarme, pero a la vez me notaba invadida, tomada y poseedora de aquella polla inmensa. Todo me daba vueltas, cerraba mis ojos y me centraba en sentir y experimentar sin prestar atención a nada más en el mundo. Sentía aquel miembro en mi interior, entrando y saliendo, tomándome por completo y haciéndome suya. De repente, noté como un inmenso orgasmo se formaba en mi y, sin hacer nada por evitarlo, sin mostrar la más leve resistencia, lo dejé explotar en mi interior y brotar por cada uno de mis poros, temblando de arriba a abajo de forma tan evidente que él me notó con satisfacción, sacó el pene de mi vagina y se limitó a contemplarme. Me comentó entonces que le habría gustado derramar su leche en mi interior, pero como que lo le había avisado antes no tenía ningún preservativo, y temía que pudiera quedarme embarazada. La verdad es que yo ni había pensado en eso, pero le agradecí la atención y me encargué de que mi boca le ofreciera la misma recompensa. Con el paso de los años he pensado que unos meses más tarde ya habría estado preparada para ofrecerle mi culito en lugar de mi boquita. Cuando terminamos le despedí y me tomé una refrescante ducha, pero al mirarme en el espejo noté que me había convertido definitivamente en una mujer y que en adelante podría sentir y gozar como tal. Me noté abierta al sexo, como si hubiera roto la cadena que me tenía cerrada en la infancia, y supe que había traspasado una puerta que me ofrecería muy gratas experiencias. Me sentí una autentica zorra desinhibida y deseosa de hombres que me gozaran. Recuerdo aquel curso con cariño, ya que significó mi despertar. Visité a un ginecólogo para disponer de anticonceptivos y no privarme de ninguna posibilidad. Muchísimos chicos visitaron mi habitación, gozaron de mi cuerpo menudo, me ofrecieron sus penes y su semen, brindándome incontables horas de placer. Es curioso que nunca me sentí realmente enamorada de ninguno de ellos, ya que me lo tomaba sólo como un juego divertido que me moría por practicar. Al cabo del tiempo he pensado que quizá el sexo era mi forma de aislarme de los problemas familiares que terminaron con el divorcio de mis padres, así como la heroína lo fue para mi hermana pequeña, o la huida de casa para la mayor. Desde entonces he vivido miles de experiencias sexuales súper excitantes que ruborizarían a más de uno, pero que yo he disfrutado y seguiré disfrutando mientras viva. A los 15 años me correspondió una pequeña herencia de mi abuela, y la invertí en un viaje a la Costa Azul con unos amigos. La libertad de estar sin la familia me abrió nuevas y excitantes posibilidades. Por la noche, acudía a las discotecas con vestidos muy ceñidos y finos, que permitían adivinar que debajo no había ropa interior que impidiese su contacto directo con mi piel. Con el aire acondicionado y el roce con la ropa, mis pezones se erizaban y se mostraban como la culminación perfecta de mis pechitos puntiagudos. En más de una ocasión me habían follado sentándome sobre sus braguetas con las piernas abiertas, mientras ellos estaban sentados en una silla o sofá, y magreaban mis tetas o aventuraban un dedo en el agujero de mi culo, penetrándolo mientras me follaban. De esta forma controlaba el ritmo de la penetración y me excitaba sobremanera al saberme observada por mis compañeros de mesa, en la oscuridad salpicada de los destellos de los focos y el frenesí de la música, hasta correrme ruidosamente. Al disponer de mi propia habitación de hotel, pude realizar todas mis fantasías, como iniciarme en el sexo anal, hacerlo con dos chicos a la vez, practicar orgías y sexo en grupo, y todo lo que se me ocurría. En una de ellas, dejé que todos los chicos me tomaran por el coño o por el culo, corriéndose en mi interior, mientras chupaba el coño de mis compañeras. Terminé tan llena de jugos que tuve que ducharme con agua y jabón para liberarme de la viscosidad que sentía. No se puede decir que sea bisexual, pero no me importa compartir experiencias en grupo donde participen otras mujeres. Chupar y ser chupada, y atarme un consolador a la cintura para encular a alguna nena mona mientras su compañero me mira es una de las experiencias más excitantes que he sentido. Y cuando el consolador se lo ata otra mujer y me penetra, siento un gusto aún mejor ya que sabe por experiencia lo que nos gusta. Mis padres me obligaron a estudiar, y elegí Turismo, ya que no sentía especial interés por ninguna carrera. Desde pequeña me habría gustado ser azafata de vuelo, pero mi padre decía que eso no era más que ser camarera de avión. Nunca me dediqué profesionalmente a ello, sino que por mediación de un amigo de mi padre conseguí un empleo como secretaria en un despacho de inversiones, donde sólo trabajábamos mi jefe y yo. En agosto, como que no tenía ningún plan de vacaciones, me ofreció si quería ir a la costa a mostrar unos apartamentos en primera línea de mar que había construido y ponía en venta. Se trataba de un edificio de tres pisos separado de la playa sólo por la vía del tren. No lo dudé, y fui allí a pasar el mes con mi novio. La mayor parte del tiempo debía solamente esperar que viniera un cliente y mostrarle el apartamento, por lo que tenía mucho tiempo libre que ya pueden imaginar en qué invertía. Pasábamos los días desnudos en el solarium, hasta que uno de los dos se excitaba y nos empezábamos a revolcar. A él le encantaba sobre todo darme por el culo poniéndome a cuatro patas y controlando el movimiento a placer mientras me tenía inmovilizada y completamente ofrecida. Y una ocasión en que estábamos 'practicando' llegó mi jefe y subió hasta el solarium sin que le oyéramos. De repente, mientras mi novio me la clavaba por detrás, abrí mis grandes ojos azules y le vi detrás de la cristalera que daba al comedor, mirando sorprendido como sodomizaban a su tierna secretaria deciochoañera. Pienso que se escandalizó, desapareciendo de mi vista antes de que yo misma pudiera reaccionar, pensando que no le había descubierto. Mi novio estaba tan concentrado en llenar mi agujero trasero que ni siquiera se dio cuenta, y nunca se lo dije. A partir de aquel momento, pese a que nunca me lo comentó abiertamente, noté como mi jefe me trataba de una forma distinta, y a veces le sorprendía recreando su mirada en mi escote o en mi minifalda mientras me dictaba unas notas. Él simplemente disimulaba y apartaba su vista una instantes, pero yo sabía que se imaginaba en el lugar de mi novio, cabalgándome salvajemente, con su propia polla bien clavada entre mis nalgas. Mi jefe es 10 años mayor que yo, y se casó al poco de trabajar para él. Siempre me ha parecido que con su mujer no obtenía la total satisfacción sexual, pero nunca comentamos nada al respecto hasta que un día le oí comentar por teléfono a un amigo que a causa del reciente embarazo, su mujer no se mostraba tan receptiva. Pensé que era una pena y se me ocurrió cómo solucionarlo. Así que un día me puse un fino vestido muy ceñido, que mostraba gran parte de mi escote y dejaba adivinar la ausencia de ropa interior. A media mañana me llamó a su despacho para redactarme una carta, y cuando levantó la vista al oírme entrar y cerrar la puerta, no pudo disimular su sorpresa. Para provocarle, situé una silla ante su mesa, y me senté frente a él con las piernas cruzadas para mostrarle mis jóvenes muslos desnudos y macizos. Para facilitarle las cosas, no separaba mi vista del bloc de notas, y cada pocos segundos descruzaba distraídamente las piernas para cruzarlas en otra posición y enseñarle descaradamente mi coñito afeitado bajo la levedad del vestido. Notaba por su voz que se iba excitando y alargaba innecesariamente el texto de la carta para gozar por más tiempo de la vista de mi cuerpo. Al final, levanté los ojos del papel y le vi incorporado sobre la mesa, con las gafas medio empañadas por la excitación, y, bajo la mesa, un bulto apreciable en la bragueta de su pantalón. Sin mediar palabra, dejé el bloc, separé exageradamente mis piernas, me levanté el vestido y le pregunté si le gustaba lo que veía. Se quedó boquiabierto y sin palabras, por lo que me levanté, di la vuelta a la mesa, giré su silla, y le puse los labios de mi coño frente a su cara. Rápidamente, puso sus manos en mis nalgas y me apretó contra él, mordiéndome las tetas por encima de la fina tela del vestido. Parecía como si mi reservado y tímido jefe se liberara de repente de su represión y diera rienda suelta a sus instintos. Sin dejar siquiera que se la chupara, me sentó sobre la mesa con las piernas muy abiertas y empezó a deslizar su lengua en mi clítoris, metiendo sus dedos en mi vagina rítmicamente. Desconocía sus habilidades y me sorprendió lo bien que sabía tocarme y lamerme, llevándome rápidamente a la excitación, en parte por las caricias, y en parte por la realización de una fantasía que tenemos casi todas las secretarias: ser folladas salvajemente por el jefe sobre su mesa, disponiendo de tu cuerpo cuando le venga en gana. Al cabo de unos largos minutos, sus juegos causaron en efecto deseado y terminé corriéndome como una loca, liberando todos mis jugos en su boca. Enseguida me hizo poner de pie, me recostó sobre la mesa ofreciéndole mi culito respingón, e introdujo sin dificultad su pequeña pero hábil verga en mi coño mojado. Notaba como poco a poco aumentaba su excitación, pero aún le tenía reservada una sorpresa mejor, y le interrumpí preguntándole si le había gustado lo que vio en el apartamento de la playa aquel día de agosto. Se sorprendió y me confesó que pensaba que no había sido descubierto. Le pregunté si no deseaba hacerme lo que mi exnovio (entonces ya no salía con él), y rápidamente la sacó del coño, se chupó un dedo y con su saliva trató de lubricarme el ano. Le agradecí el detalle pero le comenté que no era preciso, pues había tragado instrumentos mucho mayores. Separé bien mis nalgas, relajé completamente el esfínter, y empecé a sentir el calor de su verga abriéndose paso en mi trasero. Fue tal el placer que le di, que se corrió en pocos segundos, derramando su leche caliente en mi culo, sin darme oportunidad de corresponderle. Desde entonces, le gustaba satisfacer conmigo todas sus fantasías, y cada vez que su mujer ha quedado embarazada (y van ya tres hijos) me pone el culo rojo de tanto sodomizarme. Dice que su mujer no le deja hacerlo y que desde que me vio con mi novio había deseado hacerme lo mismo. Como que en aquel entonces trabajábamos solos en la oficina, podía disponer de mi en cualquier momento. Lo que más le excitaba era darme por el culo mientras me obligaba a llamar por teléfono a algún cliente, disfrutando mientras me esforzaba en ocultar mis jadeos y mi entrecortada respiración. En más de una ocasión me había sido difícil disimular y los clientes me preguntaban si me encontraba bien. Durante este tiempo él ha sido feliz con su mujer, pero con quien realmente ha disfrutado ha sido conmigo, y especialmente con mi culito. En esa época yo seguía viviendo con mi madre, pero cuando mi padre murió me trasladé a su pequeño apartamento del centro de Barcelona. Pagaba un alquiler de 60.000 pesetas al mes y mi sueldo no daba para tanto, por lo que mi jefe se ofreció a ayudarme a cambio de recibirle de vez en cuando en lencería y satisfacer sus fantasías en un ambiente más relajado que el de su oficina. Como que el sexo ha sido siempre un juego para mi, encima de isfrutar tenía apartamento gratis. Además, él gastaba grandes fortunas en el juego, y yo era para él un placer relativamente barato. Los lunes él jugaba a fútbol con sus amigos en un pueblo de la costa, por lo que aprovechaba para montar mis propias orgías y seguir disfrutando de experiencias excitantes y divertidas, sobre todo con gente del gimnasio de mi jefe, que estaba justo bajo mi oficina. Al poco tiempo me matriculé en la Facultad de Psicología, y aumenté el grupo de gente con quien organizar orgías y otras experiencias. Gracias a ello aprobé varias asignaturas por lo complacidos que se mostraron algunos de mis profesores. Me mudé de mi primer apartamento pero sigo viviendo sola en el centro de Barcelona. Mi jefe ya no se muestra tan solícito conmigo y raramente dispone de mi culo, aunque a veces todavía le gusta revivir nuestra primera experiencia sobre la mesa de su despacho. Durante un tiempo incluso cambié de trabajo, como secretaria en una empresa de ingeniería donde tenía buenas amigas, pero mi jefe me despidió porque según él no estaba bien que me 'relacionara' con sus ingenieros. Con la madurez de una vida plena y las más variadas experiencias sigo totalmente abierta al sexo, pero de una forma más selectiva que antes. Ya lo he vivido casi todo y por eso es más difícil sorprenderme, pero cuando lo consigo me entrego de tal forma que mis compañeros de juego quedan totalmente extasiados. Nunca me han atraído las relaciones duraderas, ya que acaban cansando por su monotonía, mientras que la variedad permite descubrir cada día nuevos aspectos desconocidos y gozar de situaciones nuevas.

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